“El teatro presenta seres rebeldes, es el lugar de la desobediencia. Al presentar conductas humanas es imposible eludir la evaluación ética, lo que está a un paso de la política considerada como ideal”, sentencia Raúl Serrano. El actor, director y profesor tucumano regresará hoy a la provincia para recibir el título de Visitante Ilustre de la UNT.
Su presencia será la central en las Octavas Jornadas de Investigación Teatral, “El teatro y sus técnicas”, que se inaugurarán a las 11 en el Centro Cultural Virla (25 de Mayo 265). Las actividades se desarrollarán hoy por la tarde y mañana en la sala Paul Groussac (Alberdi 71), con distintos talleres de capacitación y mesas de debate.
Serrano consideró este regreso a su provincia natal como uno de los hechos más importantes de su vida. “Cierro un círculo, porque me reciben a 50 metros de la casa donde nací y vivo, lo que me emociona y conmueve mucho en lo intelectual y en lo afectivo”, sostuvo durante una charla mantenida con LA GACETA mientras viajaba a Tandil para dar una conferencia, antes de volar a Tucumán.
El artista nacido en 1934 comenzó a actuar en la década del 50 con el grupo Teatrote, y tras egresar del Gymnasium Universitario viajó a Rumania para formarse a fondo. “A mis 20 años decía que lo sabía todo del teatro, pero necesitaba salir a conocer cómo se debía hacer para que se supiese reir y llorar en escena”, relata.
- ¿Cómo fue la experiencia europea?
- Llegué a Moscú y a Rumania y me quedé 10 años en Europa, aprendiendo todo. Estaba junto a Carlos Gandolfo y nos ofrecieron una beca completa para estudiar teatro. Nos daban un sueldo completo por mes, con el que se podía vivir espléndidamente. Me recibí en el primer lugar y podía elegir entre dirigir al Teatro Nacional en Bucarest o volver a la peña El Cardón. Decidí que tenía que estar en la Argentina. Fuimos una generación que estudió afuera y creó escuelas adentro.
- ¿Fue duro el regreso?
- Cuando volví a la Argentina a fines de la década del 60 no quise quedarme en Buenos Aires, sino que vine a Tucumán y puse “Un tranvía llamado deseo”, de Tennesse Williams, en el teatro Alberdi, con Marta Forté, Alfredo Fénik, Jorge Alves y Roberto Ibañez, entre otros. Pero era muy difícil crear condiciones adecuadas en las cuales pudiese vivir. Era la dictadura de Juan Carlos Onganía y yo llegaba de los países del bloque socialista, por lo que me hicieron la vida imposible.
- ¿Qué estilo teatral aprendió?
- Rumania es un país con una tradición teatral extraordinaria, que me sirvió para comparar con el tipo de actuación que se hacía en la Argentina y darme cuenta de que me había capturado y me gustaba una cosa distinta de lo que se veía en los escenarios nacionales. Me gustaba la manera extrovertida de actuar, hacia afuera, manifiestamente teatral, relacionada con el cuerpo y con los conflictos y las condiciones dadas; no quería sumergirme hacia adentro, en la memoria sensorial como planteaba Lee Strasberg con su método introspectivo, quieto. En su momento fui el único que planteó ese cambio, lo que me dio la posibilidad de consolidarme como docente.
- ¿Qué pasó desde entonces?
- Seguí estudiando, porque mi curiosidad me hace un insatisfecho. Hoy hay ya una teoría consolidada desde la Argentina y a partir de nuestra experiencia que no refiere al método de las acciones físicas de Konstantin Stanislavski, sino a un planteo propio y superador. Hay que tener coraje para comenzar a ser antiimperialista en el sentido cultural, pensar que podemos exportar teoría. El año pasado, la editorial Bloommsbury Methuen Drama, de Londres, publicó un artículo mío en el libro “Stanislavski in the world”, en representación de América Latina.
- ¿Es importante tener una escuela formal, como la de la UNT?
- Por supuesto, han hecho que el teatro argentino ocupe un lugar que en muy pocos países del mundo ocupa. Pero lamentablemente desconozco en concreto cómo se está desarrollando la escuela de la UNT porque nunca pude estar allí. De ahí que esta visita tiene relevancia en lo personal.
- ¿Cambió mucho el teatro desde que comenzó hasta la actualidad?
- Hay una evolución tremenda. En mis inicios había una división muy tajante entre el teatro independiente, donde había autores y actuaciones importantes, y el comercial, con actores que nos parecían maquietas exteriores. Hoy tenemos artistas que asombran en Europa, desde donde los convocan para que vayan a enseñar.
- ¿Por qué estamos en esa posición de privilegio?
- La Argentina es una potencia teatral a partir de un trabajo que comenzó desde que buscábamos intérpretes para hacer obras nacionales y nació el circo criollo, al que le siguió el sainete, con obras escritas sobre la realidad argentina, con elencos en cada barrio y cuatro funciones diarias. Después vino el grotesco; el teatro independiente; la experiencia de Teatro Abierto contra la dictadura y lo actual. No nace de la galera, sino de una larga tradición. En cada pueblo hay un equipo de fútbol y otro de teatro. El resultado es que hay excelente, bueno, regular y malo, pero mucho.
- ¿Las obras actuales se enfocan más en lo individual que en lo colectivo?
- Los pibes están actualmente más interesados en los lenguajes teatrales que en los contenidos, salvo excepciones. Es una etapa mundial, donde hay una reacción contra el contenidismo provocada por el posmodernismo, que parte de la idea de que no existen los valores o que todos dan lo mismo. Yo no estoy de acuerdo con ese concepto.
> Jornadas de investigación
Talleres y debates en la sala Paul Groussac
Las Octavas Jornadas de Investigación Teatral se realizarán hoy y mañana en homenaje a Raúl Serrano. Por la tarde, en la sala Paul Groussac (Alberdi 71) y desde las 14, Matías Vegas dictará un entrenamiento intensivo sobre clown y luego Marcos Acevedo presentará el libro de Beatriz Lábatte “Racionalidad y cuerpo danzante”. A partir de las 17.45 habrá mesas de ponencias a cargo de Juan Tríbulo, Pablo Daniel Muruaga, Juan Carlos Bisdorff, Sonia Saracho, María Catalina Lammoglia y Ana Celeste Romero Gunset, tras lo cual se proyectará el corto “La escondida”, de Joaquín Alonso y Gastón Bejas. El cierre será con una exposición de Serrano y posterior debate coordinado por Teresita Terraf, principal organizadora de las jornadas.